El humor serio de María Bird Picó, autora del libro «Tras esas gafas de sol»

«Palomitas al aire» por María Bird Picó

El político que obtendrá mi voto en las próximas elecciones será aquel que se atreva a meterle mano a un asunto que llora ante los ojos de Dios, y que pudiera muy bien ser el detonador de una guerra civil en años venideros. Necesitamos ciudadanos valientes que se atrevan a alzar la voz de protesta para atajar a tiempo el problema.

Lo que urge legislar con celeridad es, estimado lector, el hacer obligatorio el que todo ser humano que ose a entrar en una sala de cine compre su propia bolsa de popcorn, las consabidas palomitas de maíz en nuestro vernáculo. Si el poder adquisitivo no permite sucumbir ante ese lujo, entonces favorezco repartir cupones, subsidios o beneficios contributivos para remediar esta situación.

La realidad es que no hay nada que nos ensañe más a los cinéfilos empedernidos que el tener que compartir el popcorn en la sala de cine.

Comencemos por señalar que pecan a nivel de las grandes ligas los que terminan comiendo de la bolsa de otro pues han faltado crasamente a la verdad al asegurar en la fila para comprar las meriendas no tener hambre. Mi medio mangó es el primer culpable. A la dos semanas de casados aprendí la lección de que si asevera impasiblemente NO querer popcorn antes de entrar a la sala, lo que realmente planifica es compartir la bolsa que yo compro. (Jamás se le ocurrió hacer esto antes de casarnos, así que presten atención los cinéfilos solteros). Ahora ni le pregunto y hago malabares para llegar a mi butaca con las dos generosas bolsas. A los pocos minutos a más de un ignorante aficionado al cine he escuchado cuchichear si a mi medio mangó no lo alimentan en la casa por la forma en que devora las palomitas. Al unísono se le caerían la quijada y las orejas si lo hubiese escuchado minutos antes vociferando, por quinta vez, no tener hambre al preguntarle si estaba seguro y claro con la aseveración.
Ni hablar de las amigas que llegan tarde a la cita cinematográfica de la semana y que, por no perderse los primeros minutos de la película, terminan metiendo la mano en mi bolsa. Mi dilema existencial no estriba en el egoísmo de no querer compartir las palomitas, sino el impacto al ver una extremidad ajena, en la mayoría de los casos limpia y con cinco dedos, violar el contenido sagrado y sublime de mi bolsa.

¿Quién puede concentrarse en el apasionado beso, el torcido juego de palabras o el lenguaje corporal de la pareja protagónica si tiene que estar pendiente de cuándo rayos es que le toca pasar la bolsa al vecino para que ejercite sus quijadas? Ni hablar de la distracción al escuchar a otro espectador masticar popcorn ajeno.

Mis escapadas semanales al cine son sagradas. A pesar de la ventaja de ver películas en el hogar, esta no se compara con la experiencia de verla en la pantalla grande inmersa, sin la necesidad de mis inseparables gafas de sol, en el anonimato que crea la oscuridad y la complicidad de otros iguales de devotos. Como diría uno de nuestros cantantes iberoamericanos, es realmente una experiencia religiosa. Y hay algo rítmico e hipnótico al adentrar la mano en una bolsa de popcorn, introducir las palomitas a la boca y masticarlas al son de la banda sonora de la película, todo un acto que a lo largo de cinco décadas he ido cronometrando a la perfección para que el contenido dure al menos hasta el punto culminante de la historia.

Mis hijos ya saben a qué atenerse y ni osan pedirme una roseta de maíz so pena de perder la mesada semanal. A varios familiares no hace mucho los arropé con una buena dosis de mi malhumor al ir al cine. Por poco infarto al llegar a nuestras butacas y percatarme de que nos habíamos quedado cortos de una bolsa, justo la que me tocaba. Cediendo a la presión de la etiqueta familiar, accedí a ser una buena aunque infeliz y desdichada ciudadana compartiendo una bolsa con mi hija. Bolsa, por cierto, que la chica dejó caer justo al comenzar la película, seguro adrede y sobornada por algún familiar en un intento de revelar ante el resto del universo a la intransigente e iracunda mujer que se esconde tras sus gafas de sol.

De más está decir que al día de hoy ni me acuerdo del nombre del estreno cinematográfico ni el de los protagonistas. Eso sí, pregunten cuántas palomitas se mofaban de mí desde el piso de la sala, y juro con la solemnidad requerida darles una cifra exacta.

María Bird Picó es periodista, guionista y autora del libro Tras esas gafas de sol.

Tras esas gafas de sol

AIPEH MIAMI

¿Cuántas veces nos preguntamos qué misterio, pecado, alegría o tristeza esconde una persona tras sus gafas de sol? Es precisamente ese tema el que la autora explora con agudo humor y sensibilidad en estos catorce cuentos protagonizados por mujeres que corren desesperadamente por el laberinto de lo cotidiano buscando la salida.Al final del trayecto los espejos las revelan libres e impostoras en oficios tan disímiles como cantante, policía, diplomática, empresaria, mecánica automotriz, madre… Divertidas, sensuales, enigmáticas, prudentes, desoladas; cada heroína sobrevive en un mundo único pero al descubierto bajo su propio sol.

El libro está disponible en Amazon, Kindle y las principales librerías en Puerto Rico.

Para obtener el libro, clic en el siguiente link:  http://www.amazon.com/Tras-esas-gafas-Spanish-Edition/dp/0692222014/ref=pd_rhf_dp_p_img_1

María Bird Picó

3 comentarios en “El humor serio de María Bird Picó, autora del libro «Tras esas gafas de sol»

  1. Indiscutiblemente Maria tiene un genuino arte y una simpatia indescriptible al escribir sus comentarios. Su bocabulario fresco en fraseologia deja ver de una forma divertida, todo su conocimiento literario. Me encantaria leer alguno de sus libros que seguramente encontrare en la Feria del Libro en Miami.
    Mis mas sinceras felicitaciones a Maria Bird Pico por todo su ingenio al escribir un libro.
    Un fraternal abrazo,
    Doria Garcia-Albernaz

  2. JAJAJAJ Cuántas cosas ciertas hay aquí! Tengo la misma pelea con mi medio melón. jajaj
    -Mi amor, te compro pop corn.
    -No, no tengo hambre.
    Y SIEMPRE mete la mano en la bolsa.

    Por otro lado, mi hijo y yo tenemos una manía adicional. Compramos un pop corn GIGANTE para los dos, y no nos comemos NI UNO, hasta que comience la película.

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